Hoy he viajado al norte de Madrid por motivos comerciales y en un atasco (de vez en cuando sirven para algo..) he reparado en las jaras que aparecían a ambos lados de la carretera entre los arboles. En esta zona es muy frecuente este arbusto y a mi me gustan especialmente. Sobre todo porque en esta época, dejan en el aire un aroma muy especial que hace de cualquier paseo una delicia.
La jara blanca (de la que os hablo) es un arbusto que no supera el metro y medio de altura. La palabra jara parece derivar del árabe vulgar sára y del árabe clásico sacrá cuyo significado es «bosque» o «matorral».
Son plantas que se adaptan a condiciones extremas y proliferan en lugares degradados donde el resto de plantas no pueden hacerlo, en especial en terrenos arrasados por el fuego. De hecho, sus semillas no solo no están protegidas contra las llamas sino que el fuego estimula su capacidad germinativa hasta tal punto que para plantar las jaras es necesario calentar las semillas a 100 ºC.
Los Cistus o jaras son originarios del entorno mediterráneo; son muy abundantes en la costa africana y en España donde se encuentran doce de las quince especies europeas y dieciocho o veinte de las especies de Cistus catalogadas en el mundo. De hecho, la Península Ibérica y sus islas son el centro de expansión mundial de muchas de las especies de jaras y de otros géneros de la familia de las cistáceas.
La mayoría de las jaras producen una sustancia llamada ládano con la que se recubre su tronco y refleja los rayos de sol y evita la evaporación. Esta sustancia es la responsable de ese agradable aroma.
No es de extrañar que España sea el primer productor mundial de ládano cuya principal utilización es la de fijador de perfumes.